Mi mano inquieta ronda por los bolsillos
de mi ropa en busca de un pequeño papel cuadriculado que contiene la dirección a la que me dirijo. Mi cabeza, caliente
por el sol de la tarde en lo alto de mis pensamientos impacientes y dudosos
buscan pistas en lugares de mis
recuerdos, donde la incertidumbre especula. Mis ojos, inquietos igual que mis
pies, parecen un “pin pon” mientras camino observando la nomenclatura de las
calles y carreras del barrio la Soledad
en Bogotá.
Eran las dos de la tarde y el sol
dorado como siempre pintaba con su luz
enormes casas al muy estilo gótico inglés. Parques solitarios, andenes vacíos, y una que otra
persona o animal caminando. De repente mis
manos, mis ojos, mis piernas todo mi cuerpo se paralizó. Parecía como si
hubiera visto algo irreal. Encontré la dirección. Verifique que así fuera. Guarde el papel al mismo tiempo que una
mezcla de asombro, sorpresa e inseguridad me invaden. Registraba de arriba abajo la excéntrica
fachada de la casa, parecía el patito feo de las casas del vecindario, a simple vista no es como las demás, emanaba
un aire sospechoso.
No hay que tener un mínimo de conocimiento sobre el arte y su
manera abstracta de expresar la realidad
para entender la relación de los objetos
con los carteles. Sin embargo, pienso
que puede haber personas que ven el
mueso como un simple acto de rebeldía o
locura. Por el contrario, lo percibo como una manifestación estética que
despliega alto grado de inconformidad,
una acción artística que comunica un mensaje verdadero y preocupante, que
expresa sentimientos, pasiones, deseos, emociones, etc.
A pocos metros estaba la puerta
abierta del museo, pero no se podía ver al interior, lo impedía un velo color
mugre. – Buenas tardes – dije, no recibí
ninguna respuesta. – Puedo pasar – dije más fuerte. “ no ve que está abierto”,
escuché. La respuesta me altero un poco los nervios. Aparté el sucio velo con
cautela y sentí una sensación incomoda junto a
un olor extraño; una mezcla que
no diferencie, similar al olor que
se siente en un lugar donde reciclan y hay mucha basura almacenada.
Nadie acude a mi llegada. Miro hacia al interior y hay un cuarto con la luz encendida. Es la cocina. Veo una persona con un plato en la mano, me
acerco, - buenas tardes- le dije, es
un hombre con mirada misteriosa que come frijoles con arroz. Tiene pelo corto, ojos grandes y ropa sucia,- será que es el dueño del mueso -
, pensé. Pero su apariencia es más similar a la de una persona hambrienta que vive en la calle. “
buenas ”, respondió, - qué es el museo de la basura- dije, quita la
mirada del plato y con la boca me indica unas escalerillas de madera que están a mi espalda que conecta al segundo piso del museo, - supuse- . Subí
por la escalerillas inestables y me encontré con un cuarto pequeño, es una
especie de mezzanine, o altillo, o sarzo/zarso
como le dicen los paisas.
Veo tantas cosas allí que me
demoraría mucho en nombrarlas. Al costado izquierdo, veo una mano
que sostiene un baso de vidrio que contiene un liquido oscuro y unas piernas
que descansan en una butaca. De frente mío hay una ventana donde cuelgan diferentes
objetos, y un monitor blanco de computador. Al costado derecho se ve la luz de un
bombillo forrado con papel rojo. Cerca de las escalerillas donde me encuentro
hay una mesa de madera con las patas delanteras
torcidas, y centenares de objetos colgando por todo el cuarto. Es el cuarto más
desordenado que he visto en mi vida.
- Por qué la idea de hacer un mueso
con basura - “bajemos un momento al jardín”, respondió. Estando
allí señaló con el vaso un letrero que me impactó cuando lo leí antes de
entrar. “incitar al consumo irracional
en beneficio de los grandes grupos económicos es un crimen contra la
naturaleza”, añadió, “ todo esto que usted ve lo hice para concientizar y educar
a la gente y mostrarles la mierda en la
que andamos”. “ este mundo sabe a mierda, y las personas que viven en él no son
de mi agrado”, termina diciendo. - Cuál es el motivo de ese sentimiento hacia las personas. Antonio responde de manera
efusiva “por gonorreas con el planeta”.
Su respuesta me cauda risa y me dice, “es
verdad güevón”, y me da más risa.
Entramos al mueso, subimos al
mezzanine , se sirvió otro trago de
whisky pero ahora en un vaso de mermelada. Nunca me ofreció, prendió su radio,
está sintonizado en la Ventana de Caracol. L
e pregunte si le gusta el programa, me contesta que no hay mucho
de donde escoger. En ese momento una vos de hombre irrumpió, “podemos seguir”, son un
grupo de estudiantes de comunicación social que lo quieren indagar. Muchas
personas van en busca de una entrevista con Antonio. Minutos después llegaron
dos jóvenes a fumar marihuana, dicen que trabajaban en el canal 13 como utileros. Le
pregunto a Antonio que si le gustan las drogas, me respondió, “tengo dos
vicios en la vida, el alcohol y el clítoris”. Suelto la carcajada. No le
pregunté nada más porque Antonio empezó hacer bromas y hablar basura con los
utileros. Recibo una llamada inesperada, salgo del museo. Cuándo vuelva seguirá
esta historia.
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