lunes, 15 de abril de 2013

Ron Antonio responde de manera efusiva “por gonorreas con el planeta”. Su respuesta me causa risa y me dice, “es verdad güevón”, y me causa más risa.


Mi mano inquieta ronda por los bolsillos de mi ropa en  busca  de un pequeño papel cuadriculado que contiene  la dirección a la que me dirijo. Mi cabeza, caliente por el sol de la tarde en lo alto de mis pensamientos  impacientes y dudosos  buscan pistas en lugares de mis recuerdos, donde la incertidumbre especula. Mis ojos, inquietos igual que mis pies, parecen un “pin pon” mientras camino observando la nomenclatura de las calles y carreras  del barrio la Soledad en Bogotá.

Eran las dos de la tarde y el sol dorado como siempre pintaba con su  luz enormes casas al muy  estilo gótico inglés. Parques solitarios, andenes vacíos, y una que otra  persona o  animal caminando. De repente mis manos, mis ojos, mis piernas todo mi cuerpo se paralizó. Parecía como si hubiera visto algo irreal. Encontré la dirección. Verifique que así fuera. Guarde el papel al mismo tiempo que una mezcla de asombro, sorpresa e inseguridad me invaden. Registraba de arriba abajo la excéntrica fachada de la casa, parecía el patito feo de las casas del vecindario,  a simple vista no es como las demás, emanaba un aire sospechoso.

Me acerqué a la casa. Estaba justo en frente del Museo del resultado oculto del trabajo del hombre y de la mujer. Observaba paciente la  puesta en escena, la  manera  original y subjetiva de expresar la  realidad del mundo. Peto todo me imaginé menos que hubiese un museo tan curioso. Con tanta basura en su jardín junto a casas tan bonitas. Leo letreros con frases  anticonsumistas y ambientalistas, “ así está el mundo”, “de dónde sale la materia prima para fabricarlas”, “cuántas de estas cosas necesitas para viv
ir”, leyendas como éstas y otras hay alrededor del museo. Pero no solo es eso, varios  objetos cuelgan de las ramas de los  árboles del jardín  como adornos navideños: tubos, tapas de sanitarios, neumáticos, sillas, zapatos, botas, latas de cerveza, cascos de obra, entre muchos más.

No hay que tener  un mínimo de conocimiento sobre el arte y su manera  abstracta de expresar la realidad para  entender la relación de los objetos con los carteles. Sin embargo,  pienso que puede haber  personas que ven el mueso como  un simple acto de rebeldía o locura. Por el contrario, lo percibo como una manifestación estética que despliega alto grado de  inconformidad, una acción artística que comunica un mensaje verdadero y preocupante, que expresa sentimientos, pasiones, deseos, emociones, etc.

Después de estar unos minutos observando, la inseguridad disminuye pero el  asombro y la sorpresa aumentan. Mi curiosidad era evidente  y luego de observar todo, abrí la puerta del jardín, que en realidad no era una puerta sino un tablero que se uso en algún tiempo de cabecero en alguna cama y que ahora le toco ser la puerta del jardín del mueso. Me acordé de mi clase de artes, una noche en que se expuso bricolaje en el arte: sencillamente es darle un uso diferente del acostumbrado a los objetos, como la puerta del jardín, por ejemplo.

A pocos metros estaba la puerta abierta del museo, pero no se podía ver al interior, lo impedía un velo color mugre. – Buenas tardes –  dije, no recibí ninguna respuesta. – Puedo pasar – dije más fuerte. “ no ve que está abierto”, escuché. La respuesta me altero un poco los nervios. Aparté el sucio velo con cautela y sentí una sensación incomoda junto a  un  olor extraño; una mezcla que no diferencie,  similar al  olor  que se siente en  un  lugar donde  reciclan y hay mucha basura almacenada. 

- En este lugar tan oscuro no debe vivir ninguna mujer- , pensé, - no creo que una mujer se aguante tanto desorden - . Sin embargo el lugar no era insoportable. És su esencia propia, no podía haber otro olor. Mi nariz se acostumbraba  a medida que permanecía allí. El techo está a pocos centímetros de mi cabeza, Hay tantos objetos  que hacen estrecho y bajito  el lugar, que golpean mi cabeza, cosas de todo tipo colgadas en el techo: latas de cerveza, controles de video juegos, muñecos, cds, etc. También en el suelo hay cartones para huevos, cajas de cartón, televisores, libros viejos, cuadros de pintura, bicicletas dañadas, cisternas que sirven de silla, - parece -, electrodomésticos,  botellas
vacías de whiskey entre otras.

Nadie acude a mi llegada. Miro  hacia al interior y  hay un cuarto con la luz encendida. Es la cocina. Veo  una persona con un plato en la mano, me acerco, - buenas tardes-  le dije, es un hombre con mirada misteriosa que come frijoles con arroz. Tiene  pelo corto, ojos grandes y  ropa sucia,- será que es el dueño del mueso - , pensé. Pero su apariencia es más similar a la de una  persona hambrienta que vive en la calle. “ buenas ”, respondió, - qué es el  museo de la basura- dije, quita la mirada del plato  y  con la boca me indica  unas escalerillas  de madera que están a mi espalda  que conecta  al segundo piso del museo, - supuse- . Subí por la escalerillas inestables y me encontré con un cuarto pequeño, es una especie de mezzanine, o  altillo, o sarzo/zarso como le dicen los paisas.



Veo tantas cosas allí que me demoraría mucho en nombrarlas. Al costado izquierdo, veo una mano que sostiene un baso de vidrio que contiene un liquido oscuro y unas piernas que descansan en una butaca. De frente mío hay una ventana donde cuelgan diferentes objetos, y un monitor blanco de computador. Al costado derecho se ve la luz de un bombillo forrado con papel rojo. Cerca de las escalerillas donde me encuentro hay  una mesa de madera con las patas delanteras torcidas, y centenares de objetos colgando por todo el cuarto. Es el cuarto más desordenado que he visto en mi vida.

Al subir las escalerillas vi un hombre gordo, de pelo enmarañado como el de un rasta,  lentes, barba prominente. Viste  buso rosado con  un chaleco negro encima, pantalón oscuro,  que  descansa sobre un viejo sofá  de cuero con el vaso de vidrio en la mano  que contiene líquido oscuro. Toma whisky, y lo hace todos lo días. Es Francisco Antonio zea Restrepo Escobar Restrepo Campuzano Echeverri,  fundador del Mueso de la Basura. Dice que lo mataron en Envigado y lo remataron en Cartagena y reencarno en Ron Antonio de Jesús Casafús Torres Restrepo y Zea. – Creo que Ron Antonio es el seudónimo de alcohólico-. 
 Nació en el barrio Manrique de la ciudad de Medellín. Estudió administración de empresas. Vivió un tiempo en Francia,  allá estudio bellas artes. Regreso a Colombia y vive donde actualmente es  el Museo de la Basura, su hogar. - por qué usa las gafas al revés- ,  y en su estilo vulgar responde “hay una ley matemática que dice que menos por menos da más, y si el mundo está cagado me pongo las gafas al revés así lo veo bien”.

- Por qué la idea de hacer un mueso con basura -  “bajemos  un momento al jardín”, respondió. Estando allí  señaló con el vaso un  letrero que me impactó cuando lo leí antes de entrar.  “incitar al consumo irracional en beneficio de los grandes grupos económicos es un crimen contra la naturaleza”, añadió, “ todo esto que usted ve lo hice para concientizar y educar a la gente  y mostrarles la mierda en la que andamos”. “ este mundo sabe a mierda, y las personas que viven en él no son de mi agrado”, termina diciendo. - Cuál es el motivo de ese sentimiento hacia  las personas. Antonio responde de manera efusiva  “por gonorreas con el planeta”. Su respuesta me cauda risa y me dice,   “es verdad güevón”, y me da más risa.

Entramos al mueso, subimos al mezzanine , se sirvió otro  trago de whisky pero ahora en un vaso de mermelada. Nunca me ofreció, prendió su radio, está sintonizado en la Ventana de Caracol. L
e pregunte si le  gusta  el programa, me contesta que no hay mucho de donde escoger. En ese momento una vos de  hombre irrumpió, “podemos seguir”, son un grupo de estudiantes de comunicación social que lo quieren indagar. Muchas personas van en busca de una entrevista con Antonio. Minutos después llegaron dos  jóvenes a fumar marihuana, dicen  que trabajaban en el canal 13 como utileros. Le pregunto a Antonio que si le gustan las drogas, me respondió, “tengo  dos vicios en la vida,  el alcohol y el clítoris”. Suelto la carcajada. No le pregunté nada más porque Antonio empezó hacer bromas y hablar basura con los utileros. Recibo una llamada inesperada, salgo del museo. Cuándo vuelva seguirá esta historia.




 





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